¿Tienes una empresa y quieres que tus empleados sigan tus dictados a rajatabla? ¿Eres un jefe y no sabes cómo hacer para demostrar tu cargo y autoridad ante los tuyos? ¿Quieres hacer ver que eres tú quien mandas pero sin ser un déspota? Pues bien, para dar respuesta a todo esto está la psicología. Profesionales como el doctor José A. Hernández nos pueden aconsejar acerca de cómo ser unos buenos jefes, y no buenos en el sentido de laxos, sino en el de que nos hagan caso.
Para llevar bien una empresa es necesario contar siempre con aspecto básicos como el orden en la misma, y para tener esto se necesita de unas normas que ha de imponerlas quien manda allí, el que ocupa el puesto del jefe. Pero mandar no significa ordenar como un déspota o un dictador y que el trabajador obedezca, sino que existen formas de hacerlo sin que aquello parezca un régimen dictatorial.
Una de las mejores formas para dar órdenes es hacerlo al tiempo que se motiva a los empleados, darles a entender que más que orden es una sugerencia y que el resultado de la misma será muy conveniente para ellos. Además, de la motivación de los trabajadores dependerá que salgan bien las cosas, servicios o productos que ofrece la empresa, por lo que siempre será un valor añadido para nosotros no ser ese tipo de jefe al que todos odian y que hacen lo posible por tocarle las narices, sino que es mejor convertirse en alguien apreciado con quien les gusta trabajar y, sobre todo respetado.
Este es otro de los puntos fundamentales del que sabe ser jefe. El respeto es lo más importante dentro de una empresa y de una relación jerárquica entre un superior y un subordinado. Si uno actúa de forma no coherente con sus propias órdenes obtendrá únicamente el odio por parte de los empleados y la falta de respeto, que se traducirá en frases como “si él no lo hace, por qué voy a hacerlo yo”.
Ser jefe implica también saber que no todos nos van a querer. Muchos odiarán nuestra manera de trabajar, otros puede que envidien nuestro puesto e incluso los habrá que se sentirán más capacitados que nosotros para hacer esas labores y tratarán de hacernos la cama. Esto hay que saberlo desde el primer día, que es imposible caer bien a todo el mundo y que algunas de estas cosas irán implícitas con el puesto. Si no somos conscientes de ello desde el primer momento, podremos llegar destrozados a casa tras el trabajo, no tener ganas de ir al día siguiente o incluso acudir a veces con miedo o fastidiados tras escuchar sin querer alguna crítica. La clave está en saber que es imposible que esto no ocurra.
Otra de las cosas importantes que debemos saber es que el hecho de que nos respeten no implica que deban tenernos miedos. Queremos que los trabajadores se desarrollen como personas y profesionales, por lo que nuestro liderazgo no tendrá que ser el de un déspota que intimide con la mirada cada vez que vea a algún empleado en la máquina del café haciendo un descanso. Está claro que, por ejemplo, no nos interesa tener vagos en la empresa, pero debemos ser comprensibles y saber que todo el mundo necesita un descanso y que probablemente si estamos nosotros en la misma máquina es porque nos ha ocurrido lo mismo. Si al final de cuentas el trabajador rinde en su puesto, no debemos tenerlo agotado sin moverse del mismo o sin caminar un poco para estirar las piernas por miedo a nuestra desaprobación. Cansado será menos productivo.
El miedo puede afectar también cuando el empleado quiera presentarnos un proyecto a nosotros o ante un cliente y estemos nosotros presentes. Se suele decir que el miedo paraliza, y al final puede dejarnos mal ante los públicos de fuera, por lo que debemos tener en cuenta que será mejor establecer una relación de confianza con nuestros trabajadores para que tengan seguridad en su trabajo.
Asimismo, tampoco, por este mismo motivo, queremos perdernos sus ideas y proyectos que pueden ser beneficiosos para la empresa. Si un empleado tiene en mente un nuevo negocio y le da miedo venir a presentárnoslo porque no sabemos si reaccionaremos bien o mal ante su atrevimiento, es mejor cerrar la compañía porque lo estamos haciendo realmente mal.
Por otro lado, a la hora de dar una orden debemos ser claros y precisos. Para saber que los trabajadores han entendido aquello que le hemos dicho, podemos también pedirles que lo repitan con sus propias palabras para evitar malos entendidos. Y para generar confianza en nuestros empleados y hacernos respetar, es conveniente no dudar ni titubear o balbucear.
Por último, no debemos olvidar nunca que los empleados no solo están visibles cuando hacen algo mal, sino que también son los responsables de aquellas cosas bien hechas, por lo que una palmadita en la espalda o un reconocimiento de su labor a tiempo nunca están de más. Y seguramente obtendremos mucho más con un trabajador contento que con uno quemado y amargado con su empleo.